6/04/2012

Reintegrar la sociedad con la política

*Artículo publicado orginalmente en DEMOS nº2 (primavera 2011).

Resumen: En este artículo, en primer lugar, se describen los principales síntomas del fenómeno conocido como “crisis de la política” y se analizan sus causas fundamentales. Se argumenta que esta crisis tiene su origen en la propia concepción y fundación del estado “democrático” representativo y se ha agudizado en las últimas décadas debido al “consenso neoliberal”, que se ha convertido en hegemónico en todo el mundo, y al fracaso paralelo de la socialdemocracia. En este contexto, se pone de manifiesto la necesidad de recuperar la política, recobrando el significado de la democracia a través de una nueva concepción de la misma. Finalmente, se formulan una serie de requisitos que debería cumplir una estrategia para reintegrar la sociedad con la política y se presentan brevemente las tácticas que, a tal efecto, sugiere el proyecto de la Democracia Inclusiva.


Desafección... a qué política?

La desafección de la ciudadanía hacia las instituciones políticas dominantes es hoy un fenómeno conocido en todo el mundo. Habitualmente, entre el treinta y el sesenta por ciento de las personas, en la mayoría de los países, no vota. La abstención electoral ha tendido al alza en las últimas décadas, alcanzando numerosos récords históricos, particularmente en Europa y en los Estados Unidos (1). También aumentan, por regla general, el voto en blanco y el voto nulo (2), mientras que el porcentaje de ciudadanos afiliados a un partido político disminuye considerablemente (3). Cataluña no es una excepción en estas tendencias: la insatisfacción con la "política" se situaba recientemente en su máximo histórico (4) y en las últimas elecciones al Parlamento el número de personas que ha optado por la abstención ha sido casi el doble del número de votos obtenidos por el partido preponderante (5). Resulta evidente que todos estos síntomas caracterizan una "crisis de la política" que pone de manifiesto que muchas personas perciben, en la mayoría de casos intuitivamente, que la participación que nos ofrece el sistema político actual es baladí en el mejor de los casos y un engaño en el peor. Esta es la razón por la cual o bien no vamos a votar o bien acudimos a las urnas con poco convencimiento y con una gran dosis de desconfianza y escepticismo.

Sin embargo, esta desafección hacia lo que se hace pasar oficialmente por "política" no debe entenderse como una apatía política general. El descrédito de las instituciones políticas dominantes tiene su reverso positivo en un claro aumento de la participación política de otro tipo. Buena muestra de ello es la emergencia de diversos movimientos sociales y la multiplicación de las incitativas y colectivos de carácter político desde mediados de los años 90 (6). Así, es probable que la pregunta que lanzan un grupo de activistas y escritores barceloneses tenga una respuesta afirmativa: "Sin embargo, la exclusividad del sistema de partidos, el bloqueo con el que aplacan la vida pública, no habrá sido fuente renovada de acción colectiva, de movimientos sociales con una fuerte autonomía respecto -precisamente-al sistema de representación? "(7). En efecto, hoy en día, podemos afirmar sin mucho riesgo a equivocarnos que existe una reacción creciente en contra de la miseria de lo que se hace pasar por "política" y en busca de una participación política real. Y no es extraño que sea así, ya que, como veremos a continuación, la política, que en su significado original hace referencia a la deliberación y la decisión de los ciudadanos sobre los asuntos de la esfera pública, se encuentra profundamente adulterada y degradada bajo los marcos de la "democracia" representativa y la economía de mercado capitalista.

La fundación de la "democracia" representativa

Para comprender las causas de la crisis del sistema político actual puede resultar provechoso que hagamos una retrospectiva histórica, remontándonos al último cuarto del siglo XVIII, cuando los "Padres Fundadores" de la constitución de los EEUU, literalmente inventaron el sistema político dominante en la actualidad: la "democracia" representativa. Hasta entonces, el término democracia tenía el significado clásico de soberanía del pueblo, en el sentido del ejercicio directo del poder por parte del demos, el conjunto de la ciudadanía. Este significado, como es bien sabido, nació en la antigua Grecia, cuando se desarrolló un régimen político en el que los ciudadanos tenían igualdad de voz (isegoria) e igualdad de voto para decidir directamente sobre los asuntos públicos a través de la ekklesía (asamblea popular), hablando previamente en las reuniones deliberativas que se sucedían constantemente en el ágora (plaza). La democracia ateniense, sin embargo, no era ninguna panacea: en primer lugar, era parcial ya que sólo abarcaba el ámbito político y, en segundo lugar, era exclusiva debido a la restrictiva definición de la ciudadanía adoptada entonces, que excluía a inmigrantes, mujeres y esclavos de la condición de ciudadanos (8). Sin embargo, entre aquellos que eran considerados ciudadanos, el sistema de la antigua Grecia constituía una auténtica democracia en el ámbito político, en el sentido de que todos los que gozaban de la condición de ciudadanía podían participar igualitaria y directamente en la toma de decisiones sobre la esfera pública.

Veintidós siglos después de la fundación de la democracia ateniense, cuando el sistema de economía de mercado capitalista se estaba estableciendo en EEUU, los Padres Fundadores de la constitución estadounidense consideraron completamente inaceptable este ejercicio directo del poder que implicaba la concepción clásica de la democracia, ostensiblemente, porque instituía el poder de la "turba" y era "incompatible con la seguridad personal y los derechos de propiedad" (J. Madison). Sin embargo, el verdadero objetivo de los "Padres Fundadores" era diseñar un sistema político en el que la ciudadanía no pudiera ejercitar directamente el poder político a fin de evitar lo que ello presumiblemente conllevaría: la toma de decisiones políticas diametralmente opuestas a los intereses de las élites económicas que se estaban formando; decisiones como podían ser, por ejemplo, unos impuestos fuertemente progresivos, la abolición de las deudas, la redistribución de la propiedad o cualquier otro proyecto que, en sus mismas palabras, fuera "disparatado y pernicioso". Dicho de otra manera, la institución de la "democracia" representativa fue concebida como un complemento funcional del sistema de la economía de mercado capitalista que estaba emergiendo: para mantener los privilegios de la oligarquía económica era necesaria una forma de oligarquía política, es decir, un aparato político centralizado y separado de la ciudadanía. No es extraño, así, que Adam Smith, como otros filósofos liberales, se esforzara en destacar que la principal tarea del gobierno era la defensa de los ricos frente a los pobres, esto es, la perpetuación de la desigualdad que el sistema de la economía de mercado capitalista tiende a multiplicar.

De esta manera nació, junto con la economía de mercado capitalista, un nuevo sistema político que empleaba el término "democracia" cambiando su completamente su significado: en vez de significar el ejercicio directo del poder político por parte del conjunto de la ciudadanía, la nueva manera de utilizar el término "democracia" significaba la resignación de ese poder y su transferencia, a través de las elecciones, a una élite política. La génesis histórica de la "democracia" representativa desvela, por tanto, que la desafección contemporánea hacia este sistema no es fortuita, sino que puede ser razonablemente atribuida a que el propio sistema ha sido concebido para alejar la población de la actividad política, y al mismo tiempo, eso si, pretender que esta concurra a las urnas cuando procede, para enmascarar la oligarquía política y económica y justificar aparentemente el sistema calificándolo de "democrático".

La modernidad neoliberal y el fracaso de la socialdemocracia

Pero también en la historia reciente podemos observar algunos procesos significativos que explican el agravamiento de la "crisis de la política" que se ha producido en los últimos 40 años. La progresiva internacionalización de la economía de mercado (el resultado inevitable de la dinámica de "crecer o morir" propia de este sistema) requirió, a partir de 1970, la apertura y liberalización de los mercados y la retirada de los controles sociales y la intervención estatal activa sobre la economía nacional (9). Esto ha dado lugar a que, especialmente en el último cuarto del siglo XX, las políticas de todos los partidos hayan ido confluyendo en el que se ha llamado el "consenso neoliberal", una orientación política que responde directamente a las necesidades de expansión internacional y mercantilización del sistema y los intereses de las élites transnacionales que lo controlan y de él se benefician. De esta manera, las viejas diferencias ideológicas entre la izquierda y la derecha han ido disminuyendo hasta casi desaparecer y las elecciones se han convertido en concursos de belleza entre personajes "carismáticos" y las maquinarias de los partidos que los apoyan, que pugnan entre ellos por atraer la atención del electorado, para implementar políticas que constituyen ligeras variantes de una misma tendencia: maximización de la libertad de las fuerzas del mercado a expensas del estado del bienestar (que es constantemente erosionado) y del compromiso estatal con el pleno empleo (que ha sido irrevocablemente abandonado).

Así, la socialdemocracia, es decir, la estrategia de transformación social que aboga por la conquista del poder del estado como forma de implementar reformas políticas (introducir controles sociales sobre los mercados, aumentar la protección del empleo, redistribuir las rentas , socializar la propiedad, etc.) que gradualmente conducirían hacia una sociedad más justa, igualitaria y libre, ha fracasado estrepitosamente a lo largo del siglo XX: si primero los socialdemócratas perseguían reformas parciales del sistema como pasos graduales hacia el socialismo, se conformaron después con el bienestar y el pleno empleo en el capitalismo y finalmente, en las últimas décadas, han aceptado la reducción gradual del primero y el fracaso total de la segunda, convirtiéndose en parte constitutiva del consenso neoliberal. Esta inoperancia de la socialdemocracia también ha contribuido, de forma justificada, al actual descrédito de la "política" estatista, ya que cada vez más personas han captado la ineficacia de este tipo de "política" para hacer frente a problemas fundamentales como el paro masivo, la pobreza, la creciente concentración de ingresos y riqueza y la continua destrucción del medio ambiente.

Una nueva candidatura para una vieja estrategia

A pesar de la palmaria crisis de lo que se hace pasar por "política" y el fracaso histórico de la estrategia socialdemócrata, en las últimas elecciones al Parlamento de Cataluña se ha presentado un renovado intento de llevar a cabo la vieja estrategia socialdemócrata: la candidatura Des de Baix, una coalición de organizaciones socialistas estatistas que alega que los movimientos sociales críticos necesitan "construir una alternativa en el terreno político"-dando a entender así, en connivencia con la concepción "democrática" estatista de la política , que el ámbito político es una prerrogativa del Parlamento. Según el análisis que se desprende de las declaraciones de Des de Baix, la degradación histórica de la socialdemocracia se debe únicamente a que las personas que representaban posiciones de izquierdas en los órganos de gobierno han abdicado de sus principios: se han dejado llevar por la corriente a medida que subían en la estructura estatal y han claudicado ante los intereses y presiones de las élites dominantes. Así pues, los miembros de Des de Baix se proponen emprender un camino análogo al de sus antecesores pero, como no podría ser de otra manera, sugieren que en caso de llegar a posiciones parlamentarias, se mantendrán firmemente aplicando las reformas que actualmente propugnan (controles sociales sobre el mercado, combatir la precariedad laboral, reducir la jornada de trabajo, subir el salario mínimo a 1.200 euros, invertir en servicios públicos, defender los derechos de todos los que viven y trabajan aquí, etc.)

Sin embargo, como se ha mostrado detalladamente en otros lugares (10), la forma que la economía de mercado ha adoptado en la actualidad, lo que podemos llamar la "internacionalización neoliberal", es fundamentalmente la consecuencia de un proceso histórico dinámico que deriva de las estructuras del propio sistema. La perversidad de los partidos neoliberales y la degradación de los partidos socialdemócratas no son, como supone la candidatura Des de Baix, la causa última de la actual forma neoliberal de la modernidad, sino su consecuencia. Dicho en otras palabras, las políticas neoliberales no son una cuestión de elección por parte de las élites políticas, sino una necesidad de vida o muerte para el sistema que estas élites administran: la economía de mercado capitalista. Este sistema, basado en la expansión constante de la producción y el consumo a través de una creciente mercantilización e internacionalización de la economía, empuja cada una de sus partes (Estados, empresas, etc.) a adoptar sus imperativos estructurales .

Durante un breve interludio en el proceso de mercantilización (1930-1970) y fruto de la intensificación de la lucha social se pudieron introducir ciertos controles sociales sobre el mecanismo de mercado que condujeron al advenimiento del estado del bienestar (protección laboral, medidas para el pleno empleo, servicios públicos, etc.). Estos controles eran factibles en ese momento debido al bajo grado de internacionalización de la economía, a la elevada productividad, a la facilidad para alcanzar el crecimiento económico de mediados del siglo XX (la época "dorada" del capitalismo) y al hecho de que los mercados aún no estaban abiertos al nivel en que lo están hoy en día. La socialdemocracia logró su punto álgido durante este periodo: los partidos socialdemócratas llegaron al poder en muchos países (Inglaterra, Alemania, Francia, Italia etc.) Y un programa basado en el "consenso socialdemócrata" fue dominante en todo el mundo Occidental. Sin embargo, desde los años 70 del siglo pasado, la internacionalización de la economía y la necesidad de liberalizar los mercados para maximizar el crecimiento económico, han ido imponiendo en todo el mundo, con fuerza creciente, la supresión y la erosión de las políticas socialdemócratas que caracterizaban el estado del bienestar. Los imperativos sistémicos han resultado cada vez más incompatibles con las políticas socialdemócratas que, de esta manera, se han vuelto cada vez más utópicas y, sus antiguos defensores, en la medida en que han querido mantener su trabajo dentro del partido y / o dentro el aparato estatal, han ido abandonando progresivamente las ideas socialdemócratas y adaptando su programa político a las exigencias del sistema en el que habían decidido participar. Es por ello que es ingenuo analizar el fracaso histórico de la socialdemocracia como si su causa fundamental fuera la claudicación de las personas, que han traicionado sus principios, sin entender que esta claudicación era imprescindible para continuar participando en un sistema en el que el estrategia socialdemócrata siempre ha abogado por participar.

Por otra parte, la estrategia de conquistar el poder del estado para llevar a cabo el cambio social no sólo es utópica, especialmente hoy en día, sino que es indeseable desde el punto de vista de construir una nueva forma de organización social basada en la recuperación de la política y en la creación de instituciones realmente democráticas (el tema de los siguientes apartados). En efecto, un principio básico de cualquier estrategia liberadora debería ser la correspondencia entre los medios y los fines. En otras palabras, "no se puede combatir la alienación a través de medios alienantes" (Internacional Situacionista). No podemos pretender avanzar hacia una nueva sociedad realmente democrática y horizontal utilizando medios oligárquicos y verticales como son la gerencia del poder político concentrado en el aparato estatal. La historia también corrobora las nefastas consecuencias que ha tenido obviar este principio de la correspondencia entre los medios y los fines: la estrategia socialista estatista, siempre que se ha llevado a cabo en su versión revolucionaria, ha dado lugar a nuevas estructuras jerárquicas , ya que "la vanguardia de la clase trabajadora" se convierte finalmente en la nueva élite dominante. En pocas palabras, si la transformación social es organizada por una minoría, y luego su programa es llevado a cabo por la misma, a través de estructuras alienantes como el estado "democrático" representativo, esta transformación social está destinada a acabar dando lugar a nuevas estructuras jerárquicas y no a una sociedad realmente democrática donde la concentración del poder haya sido abolida.

Así pues, sólo pasando por alto la existencia de las dinámicas motrices e imperativas del sistema actual y las lecciones que nos proporciona la experiencia histórica se puede concebir que es factible y deseable en la actualidad llevar a cabo cambios sociales importantes manteniendo el funcionamiento de las estructuras estatales. La crisis de la "política", así como el resto de facetas de la crisis generalizada de hoy en día, no se puede superar en connivencia con el sistema de la "democracia" representativa, sino sólo a través de una nueva concepción de la democracia y una recuperación de la política. Esto nos lleva al tema del siguiente apartado.

Recobrar el significado de democracia

El vuelco del significado de "democracia" que efectuaron los Padres Fundadores de la constitución norteamericana se ha prolongado a lo largo de los últimos dos siglos en los que las instituciones y los agentes que defienden el régimen político de la modernidad capitalista (y también buena parte de sus supuestos críticos) han utilizado el término democracia para designar el actual estado "representativo". Sin embargo, un sistema en el que el poder es acumulado en pocas manos y en el que la ciudadanía no tiene la posibilidad de decidir directamente sobre los asuntos de la vida pública, es un sistema oligárquico, aunque se llame a sí mismo "democrático". Para recuperar la política tenemos que recobrar el significado de algunas palabras que, como democracia, han sido distorsionadas y desvirtuadas, provocando la confusión y, en consecuencia, socavando las posibilidades de emancipación. Por ello, debemos ser claros en este punto: democracia no significa otra cosa que el ejercicio directo del poder por parte de la ciudadanía, o lo que es lo mismo, la autodeterminación de la sociedad mediante la distribución igualitaria del poder entre todos sus miembros.

Otra manera en que últimamente se ha desvirtuado el significado de democracia, y que deriva de la anterior, es otorgándole un sentido meramente procedimental, tal como se desprende de las concepciones de "democracia participativa". Como ha mostrado acertadamente Castoriadis, "no es posible realizar una 'democracia procedimental' que no sea un fraude, si no se interviene profundamente sobre la organización de la vida social". Esto se debe a que los procedimientos verdaderamente democráticos son indisociables del conjunto de valores e instituciones igualmente democráticos con los que están correlacionados conformando "un régimen que se orienta hacia la autonomía social y personal (establecer las propias leyes)" (11) . Por ello, la llamada democracia participativa, que consiste en insuflar inyecciones de procedimientos democráticos en un régimen que es esencialmente oligárquico, en el mejor de los casos, puede servir como un empalagoso edulcorante del régimen actual y, en el peor, como un repulsivo de la aspiración democrática, ya que participando en estos procedimientos la ciudadanía no experimenta ninguna mejora sustancial en su vida ni se desarrolla una conciencia verdaderamente democrática sino que más bien experimenta la impotencia y la incapacidad política a la que la relega el sistema oligárquico actual.

Crear un nuevo polo de poder popular

Si definimos la política como la actividad deliberativa y decisiva de los ciudadanos sobre los asuntos de la esfera pública, resulta evidente que, dado que las instituciones dominantes en la actualidad están diseñadas para usurpar y aplacar la actividad política, revivir la política en la actualidad pasa necesariamente por la creación de unas nuevas instituciones que permitan y fomenten esta actividad. Como hemos visto anteriormente, la crisis de lo que se hace pasar por "política" hoy en día se debe a que la vida pública que el sistema dominante ofrece está vaciada de sentido, ya que los ciudadanos están institucionalmente incapacitados para ejercer un poder político efectivo. La inmensa mayoría de la gente del mundo carece precisamente de lo que más necesita para dirigir sus asuntos y resolver sus problemas: el poder. Hay que emprender, pues, un proceso de empoderamiento colectivo, por lo que es evidente que debemos abordar conscientemente la cuestión del poder.

Si bien la política, tal como la hemos definido, no existe siempre y en todas partes, sino que es el resultado de una creación histórico-social, lo que sí existe en toda sociedad es el poder político, esto es, la instancia o instancias instituidas que pueden emitir mandatos con autoridad. Pueden existir, ha habido y aquí esperamos que vuelva a haber, sociedades sin Estado, carentes de un aparato burocrático jerárquicamente organizado, separado de la sociedad y en posición de dominio respecto a esta. El Estado es una creación histórica fechable y localizable. Una sociedad sin tal Estado es posible, concebible y propugnable. Pero una sociedad sin instituciones explícitas de poder político es un absurdo, en el que cayeron Marx y muchos escritores anarquistas.

De poder (político, económico y social) hay en toda sociedad; el poder nunca puede ser eliminado. Ahora bien, lo que marca una diferencia crucial es cómo se encuentra distribuido ese poder. Si está distribuido de forma desigual, de manera que unos sectores de la sociedad dominan a los demás, hablamos de una sociedad heterónoma / oligárquica. Si está distribuido de forma igualitaria, de manera que todas las personas pueden participar directamente en la formulación de las leyes y la toma de decisiones que les afectan y de manera que se impide la dominación del ser humano sobre el ser humano, entonces hablamos de una sociedad autónoma / democrática. Es por ello que Biehl y Bookchin señalan acertadamente que "la adquisición de poder -poder popular-, lejos de ser antagónica a la libertad es una condición previa para la libertad. La política es el arte de obtener y utilizar el poder con el propósito de crear libertad [...]" (12)

Lo que resulta imperativo hoy en día no es, por tanto, impugnar el poder en sí mismo, sino impugnar su su concentración y crear un nuevo polo de poder popular, esto es, un conjunto de instituciones y procedimientos que sustraigan progresivamente el poder acumulado que actualmente ostentan las élites y lo redistribuyan igualitariamente entre la ciudadanía para que juntos, de forma compartida y gradual, podamos retomar las riendas de nuestra vida. En este punto, aparece una pregunta clave: ¿cómo podemos efectuar este empoderamiento popular?

Requisitos de una estrategia para recuperar la política

Teniendo en cuenta todo lo que hemos observado hasta ahora, resulta evidente que una estrategia de transformación social que se proponga superar la crisis de lo que se hace pasar por "política" a través de una recuperación de la actividad política por parte de la ciudadanía , reviviendo la democracia con una nueva concepción de la misma y construyendo un nuevo polo de poder popular, debería cumplir los siguientes requisitos:

1) Impugnar explícitamente la "democracia" representativa. La estrategia debería mostrar públicamente que el estado "democrático" representativo es un régimen esencialmente oligárquico, y que esto provoca la aversión y la desconfianza generalizada hacia sus instituciones y agentes. En otras palabras, un objetivo de la estrategia debería ser que la actual desafección implícita e intuitiva hacia el sistema político establecido se vuelva cada vez más una impugnación explícita y consciente.

2) Proponer una nueva forma de organización social. Si nos falta una noción clara de qué tipo de sociedad deseamos y cómo podría funcionar, difícilmente podremos superar la actual forma de organización social y sus instituciones políticas ya que, tal como lo expresa Séneca, "ningún viento es favorable si no sabes a qué puerto vas ". Así, una estrategia para recuperar la política requiere del desarrollo de unas líneas generales que definan el cambio social deseado y ofrezcan una visión clara de la sociedad por la que luchamos. Obviamente, la nueva forma de organización social propuesta, a diferencia de la de hoy en día, no debería institucionalizar una separación entre la ciudadanía y la política, sino al contrario, institucionalizar su reintegración.

3) Unir los diversos sectores del potencial sujeto emancipador de hoy en día. Si el anhelo de auténtica participación política se canaliza hacia una pluralidad de pequeños grupos que emprenden prácticas y luchas de una sola cuestión, como sucede en la actualidad, resulta imposible la creación de un movimiento de emancipación social capaz de cambiar el sistema. Esta política de pequeños grupos y organizaciones sectoriales (sindicatos, colectivos ecologistas, cooperativas, etc.), Si bien puede conseguir que sus participantes aprendan otra forma de relacionarse, palíen su anhelo de participación política y, en algunos casos, mejoren sus condiciones de vida, resulta prácticamente inofensiva para el sistema dominante, y en todo caso, es incapaz de superarlo. Por lo tanto, la estrategia de transformación social para recuperar la política, aparte de satisfacer también las necesidades a las que responde la política de pequeños grupos (el anhelo de participación política, el aprendizaje de otro modo de relacionarse y la lucha por mejorar las condiciones de vida), debería ser capaz de atraer y unir todos los sectores que potencialmente forman la base de un nuevo sujeto emancipador y que actualmente, como hemos dicho, se encuentran disgregados en una pluralidad de luchas particulares esencialmente desconectadas. Para lograr esto, es necesario que la estrategia proporcione un camino común para salir de la crisis multidimensional (económica, política, social y ecológica) de hoy en día. De esta manera se podría crear un movimiento de transformación social basado en una multiplicidad de grupos y proyectos esencialmente unidos por un paradigma común, una visión compartida del cambio social deseado y articulados conscientemente a través de una estrategia de transformación social general.

El proyecto de la Democracia Inclusiva (DI) es una propuesta que cumple los tres requisitos mencionados. Está concebida, tal como hemos sugerido, para la creación de un amplio movimiento político que apunte explícitamente a un cambio sistémico, así como también a un cambio paralelo en nuestros sistemas de valores, por lo que no sólo intenta ofrecer una visión realista y deseable de una sociedad alternativa, sino también una estrategia a largo plazo y un programa a corto plazo que nos puede hacer avanzar hacia esta sociedad, comprendiendo un conjunto de medidas, luchas y proyectos que afectan a todos los ámbitos de la sociedad (económico, ecológico, social, cultural, político).

Tácticas de la Democracia Inclusiva en el ámbito político

Como es obvio, la descripción de la estrategia propuesta para la transición hacia una Democracia Inclusiva, con todas sus tácticas, sobrepasa con creces las limitaciones espaciales y temáticas de este artículo (13). En este apartado, sin embargo, presentaremos brevemente las tácticas de esta estrategia relacionadas con la reintegración de la sociedad y la política:

a) Organización para una Democracia Inclusiva. Al igual que para cultivar la tierra necesitamos, en primer lugar, herramientas adecuadas para labrarla y sembrar las semillas, para cultivar la transformación social hacia una Democracia Inclusiva necesitamos, en primer lugar, dotarnos de una herramienta indispensable: una Organización para la Democracia Inclusiva. Esta Organización puede basarse en un conjunto de grupos locales y grupos de trabajo que compartan un doble objetivo: crear una nueva conciencia democrática (a través de la intervención política y de actividades culturales) y, simultáneamente, fomentar el afloramiento de las nuevas instituciones de democracia inclusiva (que pueden empezar a establecerse inmediatamente después de que un número significativo de personas en una zona particular hayan formado una base suficiente como para hacerlo). En otras palabras, esta Organización tiene la función de catalizar el movimiento de transición, impulsando la realización de las propuestas que siguen a continuación.

b) Educación Emancipadora. Las prácticas y virtudes necesarias para la actividad política, como cualquier forma de comportamiento civilizado, son el resultado de una formación cuidadosa. Por ello, la realización de actividades de educación emancipadora (grupos de estudio, coloquios de barrio, jornadas pedagógicas, universidades libres, etc.) Con el objetivo de promover el desarrollo de personas autónomas (es decir, capaces de actividad auto-reflexiva) es una de las funciones esenciales de la Organización para una Democracia Inclusiva lo largo de todo el proceso de transición. Los medios de comunicación alternativos (televisión, radio, prensa, boletines, etc.), naturalmente, también pueden desempeñar un papel crucial en la emergencia de un nuevo paradigma social democrático.

c) Acción Directa. Las acciones directas (manifestaciones, campañas, huelgas generales, desobediencia civil, etc.) contra la globalización neoliberal y los graves recortes de libertades políticas, condiciones económicas y derechos sociales que se están sucediendo, pueden adoptar o bien un enfoque reformista (dando por sentado el sistema dominante y reivindicando algunas reformas) o bien un enfoque antisistémico (impugnando las instituciones dominantes y reivindicando un cambio sistémico). La participación de los activistas para una DI en acciones directas, obviamente, debería adoptar este segundo enfoque, mostrando las raíces sistémicas de la crisis multidimensional actual y proponiendo la construcción de una nueva forma de organización social, en concordancia con los objetivos del proyecto de la DI. En este sentido, la acción directa podría tener un papel importante en crear las condiciones de lucha cotidiana necesarias para la transición hacia esta nueva forma de organización social. Por ejemplo, la realización de campañas de impugnación de la "democracia" representativa en periodo electoral, dando la máxima visibilidad a las propuestas emergentes para recuperar la política, podría ser una buena forma de acción directa. (14)

d) Asambleas Demóticas / Confederales. Una vez que los grupos locales de la Organización para una Democracia Inclusiva hayan establecido procesos comunicativos y educativos entre la ciudadanía del lugar donde se encuentren, y se hayan efectuado algunas acciones directas de manera que se haya elevado el grado de conciencia antisistémica y de voluntad democrática, puede ser el momento adecuado para empezar a catalizar el proceso de formación de instituciones políticas "paralelas" basadas en la democracia directa. La más importante de estas instituciones es la Asamblea Demótica (15), es decir, la asamblea popular donde todos los ciudadanos de una determinada área geográfica están invitados a participar en igualdad de condiciones para deliberar y decidir sobre diversas cuestiones. Esta es una institución esencial para la recuperación de la política en el contexto de la transición hacia una Democracia Inclusiva. Incluso en un estadio inicial de la transición, cuando las asambleas demóticas todavía no hayan obtenido poderes políticos o económicos importantes pueden, sin embargo, ejercer una enorme influencia moral y al mismo tiempo, constituir una de las mejores escuelas de educación emancipadora, ya que las aptitudes para la práctica política se aprenden, sobre todo, en el transcurso de la misma práctica política: la plenitud del debate y la interacción genera conocimiento, experiencia, preparación y razón entre la ciudadanía. Estas asambleas podrían reunirse regularmente y debatir asuntos locales, regionales y, incluso, si lo desean, temas mundiales, para emitir resoluciones y comunicados que expresen sus puntos de vista. Para dar una estructura a las reuniones, los participantes deberán adoptar un conjunto formal de normas con las que dirigir sus asuntos y establecerlas como a reglamento. En grandes ciudades estas asambleas pueden tomar la forma de asambleas de barrio confederadas, dando lugar a "la asamblea confederal de la ciudad" compuesta por delegados de cada asamblea de barrio. Naturalmente, para impedir la concentración de poder político, los delegados no deberían poder tomar decisiones políticas sin las instrucciones específicas de sus respectivas asambleas de barrio o municipio. En otras palabras, el principio fundamental que debe establecerse es que de hecho son las asambleas ciudadanas las que toman las decisiones y los delegados en las asambleas confederales nunca formulan políticas "en su nombre", como sucede en la "democracia "representativa, sino que simplemente rinden un servicio administrativo, es decir, tienen el propósito de coordinar y ejecutar las políticas formuladas por las asambleas ciudadanas y tomar decisiones complementarias para la implementación de las mismas. Completamente responsables ante las asambleas ciudadanas, los delegados deben poder ser revocados inmediatamente (mediante los procesos democráticos que las asambleas ciudadanas establezcan) en caso de no cumplir su mandato.

e) Elecciones Locales. La participación en las elecciones locales es una táctica que responde a varios objetivos: 1) la difusión masiva de un programa general de transformación social hacia una democracia inclusiva para generar un proceso educativo y un amplio debate público 2) dar la oportunidad de visibilizar públicamente y de una forma "oficial", a través del voto electoral, la voluntad realmente democrática de la ciudadanía y 3) ganar poder político y diluirlo inmediatamente en manos de las asambleas ciudadanas, sustituyendo el papel de la toma de decisiones por parte del ayuntamiento por el de las asambleas ciudadanas. En otras palabras, la participación en las elecciones locales por parte de los grupos de la Organización para una Democracia Inclusiva persigue unos objetivos completamente diferentes a los de cualquier partido político: no se busca administrar las estructuras políticas oligárquicas existentes, sino desapoderalas y aumentar la legitimidad y el poder político de las instituciones de democracia directa antes mencionadas (asambleas ciudadanas / confederales).
Conclusión

Como observa acertadamente Takis Fotopoulos en referencia a la estrategia de transformación social hacia una Democracia Inclusiva, "las personas se involucrarán en el establecimiento de las instituciones de DI no por el anhelo de una noción abstracta de democracia sino porque su propia acción les ayudará a ver que la causa de todos sus problemas (económicos, sociales, ecológicos) ha sido debida a que el poder estaba concentrado en pocas manos" (15). Si bien es cierto que la autonomía y la democracia son aspiraciones humanas que constituyen fines sustanciales con valor por sí mismos, no es menos cierto que la realización de estas es cada vez más indispensable para la misma supervivencia y bienestar de la inmensa mayoría de la humanidad. El planeta Tierra y la especie humana sufrimos actualmente graves problemas de los que sólo saldremos recuperando la dimensión política que nos ha sido usurpada.

Blai Dalmau
Enero del 2011

NOTAS

[1] Un ejemplo bastante conocido de esta tendencia al alza es el espectacular aumento de la abstención en Gran Bretaña, pasando del 24% en 1992 a más del 40% en 2001 en las elecciones parlamentarias. Algunos de los récords históricos de abstención batidos recientemente son: 45% de abstención en las parlamentarias de Grecia de 2010, 52% en las regionales de Francia de 2010, 50% en las municipales de Barcelona en 2010, 48% en las municipales de del Estado español en 1999, 58% en las presidenciales de México en 2003, 75% en las parlamentarias de Venezuela en 2005, 75% en las parlamentarias de Honduras de 2009, etc.

[2] En Cataluña, por ejemplo, el voto en blanco ha aumentado constantemente en las últimas décadas, pasando de de 5.300 en 1977 hasta 57.132 en 2008 (elecciones al Congreso) y de 17.960 en 1980 hasta 93.331 en 2010 (elecciones el Parlamento). 

[3] Así, por ejemplo, entre 1960 y 2000, en todos los países de la Europa Occidental declinó notablemente el porcentaje de electores inscritos en un partido político. (Fuente: Raniolo, F. (2002): La partecipazione política, Il Mulino, Bolonia. P: 111.) 

[4] La insatisfacción de los ciudadanos de Cataluña con la "política" registraba su máximo histórico en diciembre de 2009, con un 80% que manifestaba su descontento. (Fuente: Indice de Satisfacción Política del Barómetro de Opinión Política del Centro de Estudios de Opinión) Un año después, en diciembre de 2010, el 85% de los catalanes cree que la corrupción está "muy extendida" entre los partidos políticos y un 67,8% opina que los cargos políticos actúan de manera poco honesta (Fuente: Oficina Antifraude de Cataluña).

[5] La abstención ha sido la opción elegida por más de un 40% del electorado en las últimas elecciones al Parlamento de Cataluña, mientras que ningún partido ha obtenido el apoyo ni siquiera de una cuarta parte del mismo ( 22% el partido preponderante). Si bien la abstención ha bajado un 3'91% respecto a la última convocatoria análoga (que supuso un récord histórico de abstención, con un 43,96%) el número de personas que se han decantado por opciones de tipo " negativo "(voto en blanco, voto nulo y escaños en blanco) ha aumentando considerablemente: 1'73% puntos respecto a la última convocatoria.

[6] Varios autores han argumentado que no nos encontramos ante un descenso de implicación política de los ciudadanos sino más bien ante un cambio en sus formas ya que, de hecho, hay fuertes evidencias de un importante incremento en la participación política "no convencional" en Europa y se han identificado "formas emergentes de participación política" (Stolle y Hooghe 2005b, Stolle et al 2005, Stolle y Micheletti 2005). Así, por ejemplo, según el Barómetro Social Español, las asociaciones en el ámbito estatal con orientación cívica-política-reivindicativa se doblaron del 2000 al 2007.

[8] De la protesta al contrapoder - Nuevos protagonismos sociales en la Barcelona metropolitana, Enrique Leiva, Iván Miró, Xavier Urbano (2007); Virus Editorial

[9] Para un análisis detallado sobre el desarrollo de las instituciones democráticas en la Atenas clásica y su parcialidad y exclusividad, véase: Fotopoulos, Hacia una Democracia Inclusiva, capítulo 5, disponible en: http://www.democraciainclusiva.org/ txt/5.pdf)

[10] Para un análisis detallado de la incompatibilidad entre los controles sociales sobre el sistema de la economía de mercado y las dinámicas intrínsecas de este sistema, y de cómo esta incompatibilidad provocó, a partir de los años 70 del siglo pasado, la derrumbamiento del Estado del Bienestar y el ascenso del neoliberalismo, véase: Fotopoulos, Hacia una Democracia Inclusiva, capítulo 2, disponible en: www.democraciainclusiva.org/txt/2.pdf

[11] Ver Hacia una Democracia Inclusiva, Takis Fotopoulos (1997), capítulo 1, disponible en http://www.democraciainclusiva.org/txt/1pdf

[12] Ver La Democracia como procedimientos y como regimen, Cornelius Castoriadis (1994)

[13] "Las Políticas de la ecología social: municipalismo libertario", Janet Biehl y Murray Bookchin, Virus editorial, 2009.

[14] Para una descripción amplia y global de la estrategia propuesta por la transición hacia una Democracia Inclusiva, ver Hacia una Democracia Inclusiva, Takis Fotopoluos, 1997, capítulo 7 (http://www.democraciainclusiva.org/txt/7. pdf), o bien el artículo Estrategias de transición y el proyecto de la Democracia Inclusiva, Takis Fotopoulos, 2003. (Http://www.democraciainclusiva.org/txt/estrat.pdf)

[15] Bajo el lema "juntas podemos todo, nadie nos representa!", Se llevó a cabo recientemente, en el período de elecciones al Parlamento de Cataluña, una convocatoria que apuntaba en el sentido que comentamos: elevar la conciencia sobre el que la "crisis de la política" no es un problema de uno u otro "representante político" ni siquiera de la corrupción endémica en este sistema, sino que es fruto de la usurpación de la política inherente al funcionamiento de la "democracia "representativa. Sin embargo, para que una campaña de este tipo pueda dar lugar a una nueva conciencia democrática y antisistémica, debería formar parte explícitamente de un programa de transformación social general hacia una nueva forma de organización social, tal y como sugerimos en este artículo.

[16] Demótico es un adjetivo que significa relativo o perteneciente al pueblo, que es popular. Proviene de "demos", palabra griega que significa comunidad, pueblo.

[17] Las limitaciones de las estrategias de estilo de vida, Takis Fotopoulos (2003), disponible en: www.democraciainclusiva.org /txt/limit.pdf

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